EL
JUEGO COMO INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA: ENTRE
EXEMPLA, EMOCIÓN Y CONOCIMIENTO
Una frase
falsamente atribuida a Einstein asegura que ‘el juego es la forma más elevada
de investigación’ (O’Toole). La máxima nos permite retomar, ciertamente, el
significado original, además, del concepto investigación, especialmente
asociado al concepto de Historia, al menos desde Herodoto, si no antes. Ello
podría, por tanto, animarnos a considerar, siguiendo un razonamiento lógico,
que si la historia es investigación, y la más elevada forma de investigación es
juego, la más elevada forma de historia es (o podría ser) un juego.
En este
sentido, debo confesar que durante la mayor parte de mi carrera como
investigador, había considerado que la herramienta fundamental del historiador
era la interpretación. Ciertamente, así lo afirmaba al menos el gran maestro J.
G. Droysen en sus consejos y reflexiones sobre la historia (Droysen 187). En su
forma más tradicional, la intención de Droysen era constituir la interpretación
como un filtro que permitiese al historiador (sujeto) establecer una distancia
de seguridad para una correcta (objetiva) observación de los hechos históricos
(objeto de estudio). Evidentemente, el parámetro asignado aquí a la interpretación
no es otro que el de formulación metodológica básica, especialmente importante
en este caso en un tipo de historia que, como era el caso de Droysen, se basaba
fundamentalmente en documentos y archivos, y que por otra parte, contemplaba
muy poco más allá de la historia política. Esta perspectiva tradicional, que
procede de la tradición historicista y encamina la disciplina histórica hacia
el positivismo de Ranke, Mommsen y Niebuhr, concebía la interpretación como un
sistema de seguridad que garantizaba la apertura de una distancia entre el
sujeto investigador y el objeto estudiado.
No obstante,
frente a esta supuesta asepsia de la interpretación como filtro, lo cierto es
que la fiabilidad de la interpretación como mecanismo que favorezca la
objetividad es, cuando menos, dudoso. Al fin y al cabo, interpretar, en la
definición de diccionario, no es otra cosa que comprender de forma subjetiva,
lo que evidencia las carencias de la interpretación como sistema metodológico
en el cual fundamentar la aproximación de nuestro conocimiento histórico, ni
siquiera desde el punto de vista metodológico, pues el valor de la acción
interpretativa se suponía que objetivaba la acción de comprender, cuando en
realidad sólo enmascara el proceso real existente, que es el de la comprensión
personal (es decir, propia, y por tanto, quizás no extrapolable a la
comprensión de otros observadores).
A mi admirado
Stanley Kubrick se le atribuye, esta vez parece que con plena certeza, otra
máxima de utilidad en nuestra reflexión: ‘Si puede ser escrito o pensado, puede
ser filmado’ (‘if it can be written or thought, it can be filmed’: Halliwell
403). Efectivamente, en la narración cinematográfica o novelesca, como en la
narración histórica, existen una serie de procesos comunes. No en vano, la
historia era, en sus orígenes griegos, un género literario (Hasta cierto punto,
el Premio Nobel de Literatura concedido en 1902 a Theodore Mommsen no es sinó
una especie de confirmación de la vigència tàcita de esta concepción de la
historia como literatura), aunque inferior a la poesía en tanto que la
historia, al hablar siempre de lo concreto, no puede traspasar los límites
caducos de la existencia y del hecho, incapaz de alcanzar lo universal, tal y
como señalaba Aristóteles (Poetica 1451b,
1-11). No obstante, la idea que trasciende tras esta reflexión de Stanley
Kubrick no es otra que la de la imposibilidad de explicar algo sin antes
imaginarlo. Así es como funciona también, de hecho, la investigación y el
conocimiento histórico: somos capaces de analizar, describir, detallar y
documentar aquello que imaginamos que pudo haber sucedido. Factores como el
género, la sexualidad o las emociones sólo han sido añadidos a los estudios
históricos en el momento en que hemos tratado de imaginar cómo estas preguntas
propias de nuestro tiempo presente se habrían materializado en las realidades
históricas del pasado.
En clase suelo
explicar a mis alumnos de la asignatura ‘Historia Económica y Social de la
Antigüedad’ que en las fuentes antiguas, incluso en buena parte de las
arqueológicas, aquello a lo que accedemos, aquello que podemos percibir y
observar de las personas que habitaron el mundo antiguo no es sino el entorno
de los grandes personajes, las aristocracias, los palacios. La historia que
recogen los autores antiguos, en su mayor parte, es una historia que recoge
aquello que merece la pena contar: lo excepcional. Por medio del trabajo, la
lectura y el análisis de los muchos datos que podemos acumular, estamos
habilitados para ampliar nuestra visión, y trascender esos palacios y grandes
personajes. Pero no es fácil, en modo alguno. El primer día de mi asignatura
invito a mis estudiantes a realizar un ejercicio, e imaginar un palacio, por
ejemplo el de Cleoapatra. Cualquier persona de nuestro mundo occidental tiene
unas nociones básicas de cultura clásica (construidas por medio del imaginario
colectivo, la cultura popular, la literatura y el cine, etc…, sobre personajes
como Cleopatra) que le permiten llevar a cabo este ejercicio. Es muy probable
que muchas de estas imágenes imaginadas construidas en la mente de cada persona
puedan distar mucho de lo que fue realmente el palacio de Cleopatra. Pero eso
ahora no es importante. Lo importante es que nos resulta fácil evocar, e
imaginar, de forma general, un palacio antiguo, con sus reyes o reinas, sus
grandes personajes, su fasto y boato. Luego, invito a los estudiantes a tratar
de imaginar más allá de la estancia del palacio, y tratar de ver un balcón de
esa estancia, y qué se ve desde allí. Suele ser más difícil componer esta
imagen. Se requieren más datos, quizás un mayor conocimiento histórico de la
época, circunstancias, paisaje, realidad sociocultural, etc… del momento
imaginado. No obstante, pasado un instante, no parece tan difícil llegar a
imaginarse la vista desde el palacio. Entonces, como tercera y última fase del
ejercicio, invito al alumnado a tratar de dirigir su vista, desde ese balcón, a
la calle. Y de imaginar qué se da allí, qué pudo haber, cómo vive la gente, qué
hay en el suelo (¿adoquines? ¿tierra? ¿empedrado? ¿algo diferente?), cómo y con
qué se viste la gente, qué come, qué tipo de gente (¿hombres? ¿mujeres? ¿qué
mujeres y qué hombres?...), etc… Aquí es donde nos abruma la realidad: es
complicado imaginar sin datos.
Pese a ello,
creo que la primera conclusión del ejercicio es que la auténtica herramienta
fundamental del historiador es, en realidad, la imaginación. Si puede ser
imaginado, puede ser historiado, parafraseando a Kubrick. Pero no es la única.
Podemos imaginar, pero la historia no es, como decíamos, poética, y por tanto,
nuestra imaginación tiene una serie de límites, como son los de la realidad
física, los de los hechos que conocemos, los de los datos que podemos inducir
de las informaciones obtenidas por las investigaciones, etc… Asimismo, creo que
a la imaginación, debe sumarse un segundo elemento metodológico fundamental,
como es la empatía.
Pese a su
utilidad evidente para el trabajo del historiador, ni la imaginación ni la
interpretación conducen a un mayor conocimiento del ser humano. Entiendo aquí
que una de las finalidades de la historia es la de ayudarnos a comprender
nuestro lugar en el mundo. Y es aquí donde, en fecha reciente, he añadido un
tercer elemento a las herramientas del historiador: la empatía. Debería decir,
en primer lugar, que siempre que pienso en empatía recuerdo su valor como
garante de la salud mental, o al menos de un tipo de salud mental. Por otra
parte, la objetividad científica desbocada de los positivistas, que habría
desterrado la relación del historiador (y por extensión, del lector) con los
seres humanos del pasado en beneficio de la asepsia racional, no sólo era una
falacia, sino que acabaría por plantear respuestas que no creo que sirvan a la
humanidad para dar respuesta a aquello que el ser humano, desde el principio de
sus tiempos, ha otorgado al recuerdo de lo sucedido en un tiempo anterior.
Mucho valor tiene, aquí, tanto la utilidad atribuida también desde la
Antigüedad a la historia como ejemplo de vida y portadora de valores y formas
de comportamiento para los hombres y las mujeres de cualquier época. Donde no
llega la historia académica, discursiva y documentada, actúa la historia
popular, aquella de la calle, de las ideas generales, quizás incluso
equivocadas, que siempre recuerda a sus agentes (héroes en el sentido
posmoderno, gloriosos o no, mítico-populares, esenciales al ser únicos y, al
mismo tiempo, potenciales símbolos de cualquier otro ser humano en
circunstancias similares), y con ello, las lecciones de todo ello para las
formas de vida. Creo firmemente en esta historia popular tanto como creo en la
necesidad de la historia académica, y creo igualmente en la necesidad de buscar
mecanismos de mayor intensidad para la comunicación, la permeabilización,
incluso la transgresión, entre ambas historias.
El problema,
finalmente, de toda esta reflexión, radica en cómo mantener la salud de las
herramientas no incorporadas habitualmente a la enseñanza de la historia, como
son la imaginación y la empatía. En especial, más todavía, cómo poder hacer
frente a las carencias que suponen para la capacidad de interpretación (que a
mi juicio incluye, de forma inherente, imaginación y empatía) los nuevos
planteamientos pedagógicos imperantes en los modelos políticos de ordenación de
los currículums académicos del alumnado de primaria, y especialmente secundaria
(por no entrar ya en la universidad) que favorecen la adquisición de
capacidades por encima de la de datos. ¿Es posible, acaso, una historia sin
datos?
En mis
experiencias docentes en la fase de secundaria (alum@s de 12 a 15 años) de la
Escuela El Roure (Sant Joan de Mediona, en la Provincia de Barcelona, España)
he tratado de desarrollar mecanismos que permitiesen activar, en cierto modo, los
tres elementos metodológicos que hemos enumerado aquí como fundamentales en el
trabajo de la comprensión histórica: interpretación, imaginación, empatía.
Aparte de muchos experimentos, podemos aislar y exponer aquí dos propuestas de
trabajo, que parten del formato del juego (siguiendo la estela de una tendencia
bien consolidadad), y pretenden poner a l@s alumn@s en contact con la historia.
El primero de
ellos es un juego de cartas (véase Anexo) que he titulado El futuro es un país extraño. Parafraseando la famosa frase que
abre la novela El intermediario (1953) de L. P. Hartley, ‘el pasado es un país
extraño’, y sobre todo, su uso habitual como advertencia metodológica para los
historiadores en su relación con la comprensión del pasado, el juego tiene como
objetivo poner en funcionamiento los elementos propios de cualquier análisis
histórico a desarrollar en una época. No obstante, para que pueda jugarse sin
precisar conocimientos históricos previos, la época a observar no es del
pasado, sino del futuro. Por medio de al menos 12 cartas (en mi versión, que considero
mejorable y ampliable, e invito a quien piense nuevas cartas a hacerlo, previa
condición que me las envíe a mí también, para completar la propuesta) se
pretende generar una invitación entre el alumnado, es decir, los jugadores, a
tratar de imaginar un futuro, que puede ser extremadamente concreto (de aquí a
2/10/25/50/100/200/500 años) o indeterminado (‘un futuro cualquiera’). Las
cartas, de hecho, pretenden representar los elementos fundamentales de análisis
que podría cualquier historiador poner en observación para comprender una
época: economía, sistema de creencias, energía, división social, guerra, etc…
Por tanto, cada jugador/a o grupo saca una carta y a partir de lo que le haya
tocado describe lo que imagina que podría ser el funcionamiento del factor ‘histórico’
específico. Ello condiciona, evidentemente, la realidad imaginada en
construcción, y todos los factores deben ser imaginados/explicados en estricta
coherencia tanto con lo posible como con el resto de los factores, es decir, en
tanto que sistema. En cierto modo, creo que imaginar un futuro en estas
condiciones acerca al estudiantado a las preguntas y dificultades típicas al
tratar de conocer una época histórica. El hecho de imaginar un tiempo futuro
tiene como objetivo liberar las ataduras del conocimiento obligado de unos
datos que quizás, de otro modo, podrían lastrar la participación, al someter a
quien juega al temor a errar el contexto histórico específico al que, de no
tratarse del futuro, el juego requeriría en tanto que conocimiento.
El
segundo juego lo he titulado Los
ingobernables en homenaje al libro de June Fernández (Fernández 2016). El
juego parte de una investigación inicial, como es la de una serie de personajes
(10 por cada miembro del grupo que conforme el aula, incluyendo también a los
adultos, y podría incluso incluir a las madres y padres del grupo, si fuese el
caso). Los personajes deben cumplir dos características: ser personajes reales
(históricos) y su elección debe responder al hecho que inspiran a quien los
elige. De este modo, se invita a los miembros del aula a buscar sus propios
referentes a lo largo de toda la historia. En este sentido, la búsqueda tiene
en sí algo de investigación. Asimismo, no vale cualquier personaje, sino
aquellos que sirvan para ‘empoderar’, para comprenderse mejor, para obtener
fuerza cuando la necesitamos. Por ejemplo, entre los ‘ingobernables’ de mi
elección estarían, ciertamente, Jesse Owens y Valentina Tereshkova. Pero el
camino de las elecciones y sus investigaciones abre muchas opciones de trabajo.
La primera de ellas son los modelos negativos: ¿acaso personajes como Hitler no
sirven para inspirar en negativo, es decir, para saber aquello que no queremos
ser? Por último, una vez elegidos los personajes de todos los participantes, se
puede incluso crear algún material, por ejemplo, unas cartas (con el mismo
programa que habíamos usado en la elaboración
del otro juego, El futuro es un pais
extranjero), con las que jugar a hacer secuencias históricas (ganaría el
primero que colocase todas sus cartas en orden cronológico en una línea
histórica conjunta en el tablero) o a combates de personajes, si añadiésemos
capacidades y valores a cada personaje (valores como relevancia para la
humanidad, poder –en su época- o popularidad). Ello sin duda contribuiría a
difundir el conocimiento sobre estos personajes. Y además, a crear vínculos
fuertes entre l@s alumn@s, permitiendo generar un aprendizaje en clave
empática, en el que los personajes sirven de exempla para la vida, entendiendo además en estos exempla la aceptación de que incluso los
personajes históricos que nos sirven de modelo pueden, efectivamente,
equivocarse. Sin duda, ello facilita aceptarnos como humanos, con nuestros
defectos y errores, puesto que nuestr@s héroes y heroínas también fueron
humanos y se equivocaron. Y pese a ello, o incluso a causa de ello, son
nuestros referentes.
Podríamos
acabar estas reflexiones, de nuevo, con otra cita de Albert Einstein: ‘La
imaginación es más importante que el conocimiento’. Seguramente, a causa de que
sin la imaginación no es posible buena parte de la percepción del conocimiento.
Referencias
Borja
Antela-Bernárdez es profesor Agregat de
Historia Antigua en la Universitat Autònoma de Barcelona.
DROYSEN,
J. G. 1983, Histórica. Lecciones sobre la
Enciclopaedia y metodología de la historia.
Barcelona:
Ed. Alfa.
FERNÁNDEZ,
J. 2016, 10 ingobernables. Historias de
transgresión y rebeldía.
Madrid: Ediciones del KO.
HALLIWELL, L. 1988, Halliwell's Filmgoer's and Video Viewer's Companion.
New York: Harpercollins.
O’TOOLE, G. 2014, ‘Albert Einstein, Neville V. Scarfe’
APÉNDICE:
El futuro es un pais estraño (propuesta
de juego de cartas)
Anverso de las cartas
Reverso para todas las cartas
Olá, como vai professor? Quero dizer, antes de mais nada, que foi uma ótima experiencia ler seu texto, muito claro e explicativo. Dando prosseguimento, eu gostaria de saber se esta experiencia lúdica, como falamos em português, para o ensino de história, está sendo experienciada em alguma instituição escolar, se há um laboratório para que este método receba inovações, complementações ou mesmo críticas a fim de ser implementada numa classe escolar?
ResponderExcluirobrigado.
Edson Claiton Guedes
Hola, Edson.
ExcluirPrimeiro de todo, gracias polo teu comentario. Se non hai inconveniente, responderei en galego (a minha lingua materna), é máis seinxelo, penso eu.
Sobre a túa pregunta, sí, estiven a por en práctica esta experiencia lúdica en dous centros de ensino aquí en Catalunya, centros de ensino con orientación de tipo "educación viva". O primeiro, o de "El futuro es un pais estraño" funcionou bem, pero procura de pouca xente, tal e como eu o inventei, porque ten poucas cartas. Se alguen inventa máis cartas, poderían xogar máis xogadores, e sería interesante (se alguen fai propostas, estaría ben contento de discuti-las). O segundo, o dos "ingobernables" é máis fàcil, e xa o fixemos o ano pasado. Non recordo se xogamos, pero foi xenial poder ir construindo o xogo, escollendo as persoaxes históricas para cada xogador, etc... E diria que foi máis valioso o tempo de ir preparando o xogo que o de xogar.
Obrigado a ti pola túa pregunta.
Saude!
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